domingo, 21 de abril de 2013

ARTÍCULO DE OPINIÓN DE JULIA OTERO

Hoy leyendo el Periódico de Aragón, me he encontrado con este artículo de opinión de la periodista  Julia Otero titulado Nazis. Merece la pena leerlo.

El 27.534 era su número en el campo de exterminio de Ravensbrück. Llegó allí, antes de cumplir los 30, el 3 de febrero de 1944. Neus Catalá tiene hoy 97 años y su memoria viva y lúcida es la única superviviente que nos queda del horror nazi. He vuelto a releer, con dolor casi físico, sus escritos y testimonios, esos que responden al juramento solemne que las supervivientes de Ravensbrück se hicieron a sí mismas el día de su liberación, el 5 de mayo de 1945: no olvidar mientras estuvieran vivas. Es insoportable la lectura de lo que vieron sus ojos y, sin embargo, imprescindible para acercarse a las peores tinieblas del ser humano. Neus Catalá fue una de los 133.000 mujeres y niños deportados a un campo de exterminio en el que casi 100.000 fueron asesinados. Neus vio morir de hambre a muchas compañeras, a otras ahogadas en las letrinas, devoradas por perros adiestrados con ese fin; varias decenas fueron reventadas con inyecciones de gasolina en el corazón. Eran experimentos del doctor Gebhardt, cuya crueldad se cebó en las kaninchen (conejos de indias), un grupo de jóvenes polacas a las que alimentaban bien con el único fin de que resistieran las atrocidades que cometían con ellas en el moderno quirófano de Ravensbrück. Les extraían, con la anestesia justa que solo las inmovilizara, nervios de sus brazos y piernas, trozos enteros de músculo, huesos. "Las veíamos deambular por el campo con sus horribles mutilaciones", escribe Neus. Durante los 15 meses que estuvo allí, no recuerda un solo día en que los hornos crematorios dejaran de funcionar. Lo hacían día y noche, a un ritmo frenético que, sin embargo, no absorbía las necesidades completas de reducir a cenizas decenas de miles de vidas. Es insufrible leer cómo acabaron los niños judíos y gitanos que llegaban al campo con sus madres: engañados con un bombón en la mano, los hacían bajar a una zanja rociada con gasolina con el pretexto de protegerles de un bombardeo. Luego les prendían fuego. Recuerda Neus que los gritos de esas criaturas hacían enloquecer a sus madres. Muchas se suicidaron, electrocutadas, lanzándose contra las vallas. Si no conocen el testimonio de Neus Catalá, les invito a buscar los documentos que ella misma escribió (están todos en la Asociación Amical de Ravensbrück) o a leer la novela que hizo de su vida Carme MartíUn cel de plom. Es una imprescindible vacuna contra el olvido y la ignorancia. Y, por tanto, contra la banalización de algunos conceptos tan repetidos últimamente. Espero que aquel día en que, sentada en el taburete de un bar, María Dolores de Cospedal definió como "nazismo puro" la forma de protestar de algunos ciudadanos desesperados, Neus Catalá estuviera distraída jugando al dominó, como suele hacer, con sus compañeros de residencia. 

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